Momentos JuanBimbaSite: El Monaguillo

Estaba yo, Juan_Bimba muchacho; flaco, bajito cabezón y de orejas desproporcionadamente grandes. Pasaba por la bochornosa edad de 13 años. Mi madre y padre, religiosamente asistían los domingos a la iglesia de la parroquia. A misa de 9am. Democráticamente me veía obligado a pertenecer a este ritual dominguero.

Recuerdo que ese domingo cualquiera, me levantaron de la cama a eso de las 7:30am. Tengo que decir que mi horario del colegio era en la mañana, con lo que madrugar los fines de semana parecía ya un sacrilegio. Despeinado, con mal aliento, sin abrir los ojos y con amargura en mi interior fui directo al baño a descargar mis necesidades, acumuladas durante la noche. Me cepillé los dientes, me lavé la cara, me mojé el cabello y me peiné. No me bañé. Me devolví a mi habitación y me vestí bajo las normas impuestas por la sociedad y lo que creían mis padres de cómo debería presentarme en la iglesia. Zapatos mocasines –negro y pulidos-, pantalón de vestir, camisa manga larga (pudiera ser manga corta si hacía calor o la manga larga estaba sucia), bien peinado y con la camisa por dentro del pantalón, inclusive dentro del interior.

Ya perfectamente arreglado, fui a la cocina, donde estaba mi papá y mamá. Esta imagen recorrió mi infancia y mi adolescencia; mi padre sentado en el tope de la mesa (de 6 puestos), con una taza de peltre en su mano humeante de café recién hecho y servido, el periódico sobre la mesa o suavemente agarrado con las dos manos y sus lentes bien puestos en su cara, como soldados a la nariz y detrás de sus grandes orejas. En otros menesteres se encontraba mi madre en los oficios de cocina; en un budare unas 4 arepas, unas frutas sobre el mesón y la licuadora lista para irrumpir el silencio de la cuadra batiendo el jugo de guayaba, parchita, lechosa o melón.  Los lentes de mi madre siempre estaban a media nariz, lo que le garantizaba tener dos visiones a su conveniencia.

Ya una vez desayunados emprendimos la breve caminata. Turnaba las manos adultas dependiendo de la cercanía para cruzar la calle o cuando me hacían gestos con la cara y a su vez movían los dedos sinfónicamente para que agarrara esa mano. Mis padres iban saludando a las personas que se cruzaban en el camino, que podían ir en sentido contrario con un periódico en la mano, unas bolsas de mercado y sin mucha premura. Regularmente nosotros, los domingos y a golpe de 8:30am íbamos con el río de gente que tenían el mismo destino: La Iglesia.

Este domingo en particular, cambiaría la rutina en la iglesia de sentarnos ni tan lejos, ni tan cerca de las puertas. Entrando, había un niño de bata blanca y amarrada a la cintura, su cara no expresaba felicidad, pero simulaba una sonrisa con cada “dominical” que entregaba a los feligreses. Regularmente eran dos niños, llamados Monaguillos. Yo pasé sin tomar este papel y fui directo a sentarme, sin antes pegar una rodilla al piso y persignarme con la cabeza ligeramente inclinada. Ya sentado y viendo a las personas buscando puestos, murmurando y algunos arrodillados, me interrumpe la voz de un señor de avanzada edad que colaboraba en la parroquia “Te gustaría ser monaguillo por hoy, es que uno de los monaguillos se enfermó y no pudo venir”.monaguillo

¡No decidí! Y en menos de 2 minutos ya estaba en un cuarto, con muchas imágenes religiosas, velas, una bolsa que me llegaba a la cintura repleta de “ostias”, batas, cordones, candelabros y una ventana inmensa que dejaba pasar mucha luz. Al minuto siguiente estaba yo parado en el púlpito, de bata blanca amarrada a la cintura, sonriendo de los nervios de ser el centro de las miradas y en vez de acercarle el agua al padre, le daba el aceite, y en vez de darle la copa con las “ostias” le daba la copa de vino, y entre la mirada amargada del padre, las carcajadas de la multitud, la risa burlona y honesta del otro monaguillo fijé mis ojos en mis padres quiénes estaban sonriendo con ligera diferencia; mi madre con sonrisa lastimera y mi padre con risa burlona, cosa que hace hasta hoy con ese episodio “humillante”. No obstante, por imposición de mis padres, fui Monaguillo de mi parroquia hasta llegados los 16 años.

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«Mas perdi’o que la mamá de Marcos»

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